Esteban


Print Friendly and PDF
Esteban (griego ‘corona’). 

Esteban fue uno de los siete hombres elegidos por los discípulos, poco después de la resurrección, para atender la distribución de la ayuda destinada a las viudas de la iglesia, de tal forma que los apóstoles mismos pudieran estar libres para sus tareas espirituales (Hch. 6.1–6). Todos estos hombres tenían nombres griegos, lo cual hace suponer que eran judíos helenísticos (por lo pronto uno de ellos, Nicolás de Antioquía, era prosélito). Esteban se destaca como sobresaliente en fe, gracia, poder espiritual, y sabiduría (6.5, 8, 10). Encontró tiempo para hacer más que el trabajo especial que le habían asignado, ya que se encontraba entre aquellos que se destacaron por su don para obrar milagros y predicar el evangelio. 

Pronto, sin embargo, entró en conflicto con la sinagoga helenística, motivo por el cual fue llevado ante el sanedrín, acusado de blasfemia (6.9–14). Esteban, con su rostro como el de un ángel, respondió las acusaciones ofreciendo una reseña de la historia de Israel, y con un ataque a los judíos por haber continuado con la tradición de sus padres y haber dado muerte al Mesías (6.15–7.53), despertando de esta manera la furia del concilio contra su persona. Cuando sostuvo que en ese momento veía a Jesús ubicado a la diestra de Dios (probablemente como su abogado o como testigo en su defensa) fue llevado y muerto por apedreamiento (7.54–60). Enfrentó la muerte con valor, como lo hizo su Maestro, ante acusaciones de falsos testigos de que buscaba la destrucción del templo la ley (Mt. 26.59–61). Oró como lo había echo Jesús (Lc. 23.34), rogando por el perdón de sus perseguidores, y encomendó su alma en las manos de Cristo (Lc. 23.46). Fuera o no una ejecución legal, el hecho es que Pilato, quien normalmente vivía en Cesarea, fingió no tener conocimiento de lo que ocurría. 

La muerte de Esteban tuvo notables consecuencias. La persecución posterior a este hecho (Hch. 8.1) llevó a una más amplia predicación del evangelio (8.4; 11.19). La muerte de Esteban también fue indudablemente un factor que influyó para que Saulo de Tarso aceptara a Cristo (7.58; 8.1, 3; 22.20). Pero, sobre todo, el discurso de Esteban se tradujo en el comienzo de una revolución teológica en la iglesia primitiva, ya que por primera vez se enunciaron claramente los principios de la misión universal. Lucas registra el hecho en todos sus detalles, lo cual indica la importancia que le asignaba al mismo.

El tema de Esteban al repasar la historia de Israel era el de que la presencia de Dios no puede quedar limitado a un solo lugar, y que el pueblo siempre se ha rebelado contra la voluntad de Dios. Demostró, en primer lugar, que Abraham vivió una vida de peregrino, sin haber heredado la tierra que se le había prometido (7.2–8). Luego pasó a demostrar que José también se fue de Canaán, vendido por sus hermanos en razón de su envidia (vv. 9–16). Una extensa parte del discurso se refiere a Moisés, contra quien se alegaba que había hablado Esteban (vv. 17–43). También demostró que Moisés fue rechazado por sus hermanos cuando se acercó a ellos con el propósito de liberarlos, no obstante lo cual fue vindicado por Dios cuando lo envió de nuevo a Egipto con el fin de sacar a su pueblo de la esclavitud. Pero una vez más se desviaron hacia la idolatría en el desierto y se negaron a obedecer a Moisés. Esta idolatría siguió hasta el cautiverio en Babilonia, debido a su afán de poseer dioses visibles. 

La sección siguiente del discurso (vv. 44–50) se ocupa del tabernáculo y el templo. El tabernáculo era transportable y acompañó al pueblo de Dios en su peregrinaje. El templo era estable y muy fácilmente dio lugar a un concepto localizado de Dios. Pero el Altísimo no mora en casas hechas por manos (Mr. 14.58). La religión judaica se había vuelto estática y no prosiguió hacia adelante, hacia el templo nuevo, o sea el cuerpo de Cristo. 

Las referencias al tabernáculo y todo el concepto del culto cristiano real, pero invisible, se elabora debidamente en la Epístola a los Hebreos, de la que se ha señalado que tiene una marcada afinidad con este discurso. Es evidente que Pablo, también, elaboró los principios establecidos por Cristo y expuestos aquí por Esteban. Cuando dichos principios llegaron a ser comprendidos por la iglesia hubo una ruptura total con el antiguo culto del templo (Hch. 2.46). Los cristianos se dieron cuenta de que en la práctica no constituían simplemente una secta del antiguo Israel. Formaban, en cambio, el nuevo pueblo de Dios, con el verdadero templo, altar y sacrificio, vivían la verdadera vida de peregrinos, y eran rechazados por los judíos como lo habían sido los profetas y Jesús mismo.